Introducción en español de la Antología de Cuentistas Colombianos, (Colombie a choeur ouvert), ver Blog, Antologías, publicada en 1991 en Francia, y de próxima aparición actualizada en México.
Antecedentes
El cuento en Colombia tiene indudablemente sus orígenes en los mitos y leyendas precolombinos. La tradición oral, que aún permanece en muchas comunidades colombianas, con sus juglares, cantadores y contadores, conforma el ancestro de un país cuya magia lingüística sobrepasa los esquemas de la lógica tradicional. Así, los chamanes, los brujos y los abuelos han legado en sus descendencias cuentos, historias, narraciones que en esta época siguen siendo relatados. A pesar de esta tradición, el desarrollo del cuento en Colombia tiene que estudiarse según las regiones del país. El sector norte, la costa atlántica, el Caribe colombiano, posee una cultura de exuberancia, de piratas, guerras, contrabando, magia, superstición, combinación de lenguas… población alegre, dicharachera, mamagallista. Por ello su música, su pintura, su literatura están cargadas del mágico encanto de ese entorno espacial y cultural. El llamado “realismo mágico” que Gabriel García Márquez entregó a la historia de la literatura universal, corresponde a la idiosincrasia del pueblo colombiano-caribeño. Sus obras no son gratuitas, son el reflejo (recreado) de esa oralidad de pescadores, contrabandistas, abuelas y tíos.
La zona antioqueña, el nororiente del país, llamada “paisa”, está conformada por hombres emprendedores que colonizaron gran parte del centro de Colombia. Negociantes, agricultores y en la época actual industriales y comerciantes, tienen un ancestro de oralidad que cabalga con los arrieros y con los abuelos. Es quizá el sector de Colombia cuyas tradiciones familiares y regionales son defendidas como factor determinante de la cultura. La mayor parte de la literatura del nororiente posee características amarradas a la tierra, a los pueblos y a las tradiciones que tienen mucho que ver con el legado español del honor, la honra y el trabajo.
El río Magdalena, que atraviesa de sur a norte la mayor parte del territorio colombiano, genera un tipo de cultura y literatura unida a las leyendas nacidas en el agua y recreadas por juglares y cantores. La historia del hombre que se volvió caimán, del Mohan, que enamora y se roba a las lavaderas para llevaras a su cueva en el fondo del río; la Madremonte que enloquece a los hombres; la patasola infiel que deambula por las montañas, son ejemplos de esa otra manera de fabular la realidad y que hace de la tradición oral un enjambre que antecede al cuento moderno en Colombia.
La topografía colombiana, con grandes montañas, la cordillera de los Andes, dividida en tres ramificaciones, los llanos orientales, con enormes extensiones de tierra inexplorada, las selvas vírgenes del Amazonas, Guainía, Guaviare, Vaupés, el océano Atlántico por el norte y el Pacífico por el occidente, la variedad de climas, la diversidad de productos y como consecuencia de alimentación, las distintas formas musicales (el vallenato en la costa atlántica, el pasillo y el bambuco en la zona central, el joropo en los llanos, la cumbia, en las dos costas, el porro, el tango y el bolero en la mayor parte del país), las disímiles entonaciones del español, las inconfundibles y particulares maneras de vestir, los oficios y entornos familiares, hacen de Colombia un territorio con enormes posibilidades culturales, sociales y políticas.
Una visión panorámica del cuento antes de García Márquez
El antecedente más inmediato de la cuentística colombiana se encuentra en El carnero de Rodríguez Freyle (1556-1640), en donde se narran distintos cuadros de la época colonial, con una gran picardía y una estructura novelada, a pesar de que los episodios tienen su propia significación. Las narraciones costumbristas llenan las páginas de los cuentos; a medida que el país se desarrolla la literatura testifica las relaciones sociales y culturales de Colombia. Nombres como los de José Joaquín Ortiz, José Manuel Groot, Eugenio Días, Ricardo Silva, Vergara y Vergara, Soledad Acosta de Samper, José Manuel Marroquin, Soto Borda, Manuel Rivas Groot, Efe Gómez, muestran este panorama con relatos de importancia. Pero es don Tomás Carrasquilla (1858-1940), la gran figura, el escritor que hace de los cuadros de costumbres la trascendencia literaria y social en la narrativa colombiana. Quizá sea este autor, junto con José Eustasio Rivera, Jorge Isaacs y Gabriel García Márquez, quien logra la universalidad, el amplio espectro latinoamericano y mundial.
Otros autores, anteriores a García Márquez, trabajadores del cuento como género son: Adel López Gómez, Tomás Vargas Osorio, Eduardo Caballero Calderón, Jorge Zalamea, Jesús Zárate Moreno, Hernando Téllez, Elisa Mujica, Arturo Laguado, Alberto Dow, Carlos Arturo Truque, Álvaro Cepeda Samudio.
Después de García Márquez
El propósito de la presente Antología es el de mostrar la producción cuentística colombiana moderna, partiendo de los autores contemporáneos de Gabriel García Márquez cuyo proceso creativo se encuentre en constante trabajo. El recorrido aporta al conocimiento del país, a las regiones principales de Colombia, a las temáticas y los estilos más diversos, pero finalmente acerca al lector al conocimiento no solo de la literatura latinoamericana sino a la particularidad de un sector en donde la violencia es el núcleo fundamental de su literatura.
El cuento de la violencia
Desde la invasión española Colombia ha tenido una historia de violencia. Algunas comunidades indígenas prefirieron exterminarse que entregarse al conquistador. La lucha por la independencia registró hechos memorables en donde el pueblo colombiano demostró su carácter de luchador. En la época de la República las guerras civiles llenan muchos años de la historia de este país.
En el presente siglo, la llamada “guerra de los mil días” tuvo incidencia en la literatura de Gabriel García Márquez, al igual que los movimientos sociales que conllevaron a la llamada “época de la violencia”. Los antecedentes se hallan en la huelga de los recolectores de banano, en el año de 1928, en la cual muchos campesinos fueron acribillados por el ejército colombiano, que defendía los intereses de la empresa norteamericana United Fruit Company. A este episodio de violencia política abierta y descarnada, se le conoce como “la matanza de las bananeras”, y ha sido tema de obras como Cien años de soledad, de García Márquez, y La casa grande, de Álvaro Cepeda Samudio.
En 1948 fue asesinado en las calles de Bogotá el líder popular Jorge Eliécer Gaitán (defensor de los campesinos de las bananeras). Este hecho generó un enfrentamiento entre los dos partidos tradicionales colombianos: el liberal y el conservador.
Los historiadores calculan que en esta guerra civil no declarada hubo cerca de 300 mil muertos. Campesinos, obreros, estudiantes, sectores populares en general fueron los más golpeados por la violencia institucionalizada. Los conservadores, en el poder político, y los liberales, en la oposición, a través de sus dirigentes tradicionales, avivaron la hoguera para que el pueblo se exterminara mutuamente en una guerra sin principios ideológicos. El color rojo (de los liberales) y el azul (de los conservadores) fueron los factores motivantes de este genocidio. De esta guerra se generaron los movimientos populares revolucionarios orientados por el Partido Comunista, grupos que, junto con otros más recientes, aún permanecen en la disidencia política. Cuando los asesinatos aumentaban, los dirigentes tradicionales decidieron llevar a cabo un plebiscito en el cual se alternarían en el poder cada cuatro años, en lo que se llamó el “frente nacional”. Existe, entonces, una generación de escritores que vivió la violencia política de los años 50, otra que es posterior o producto de esa violencia, y una tercera que vive la violencia contemporánea del país: la mafia, el narcotráfico, la represión estatal, la miseria y la tortura.
Dentro de este panorama se ha inscrito la Antología. Generacionalmente podemos decir que existe un primer grupo de escritores que pasan ya por su etapa de madurez; un segundo, intermedio, que no sobrepasa los 45 años; y un último, de los más jóvenes, que apenas inician un recorrido talentoso por la literatura.
La violencia es, entonces, el núcleo de este libro. Manuel Mejía Vallejo, en su cuento La venganza nos narra, desde su visión de antioqueño, la historia de un hombre que busca a su padre para matarlo; García Márquez, en Un día de estos, nos relata una sutil historia de violencia contada desde un dentista amenazado por el alcalde militar de un pueblo; Eutiquio Leal nos entrega la visión de los guerrilleros, los luchadores de las montañas, en su Bomba de tiempo; Arturo Alape nos da su testimonio en el relato Yo me llamo valor, en el cual la lucha revolucionaria se encuentra desarrollada en un lenguaje coloquial, campesino; Germán Santamaría nos narra la vida de una mujer en medio de la represión y la violencia en el campo, en su historia Una mujer para la segunda madrugada; Jairo Aníbal Niño, en un lenguaje directo y contundente, cuenta una persecución, con toda la violencia que puede albergar el amor y la muerte, en su relato La fuga; Justiniano Miranda, el cuento de Policarpo Varón, comporta en sí el recuerdo de la violencia, del pueblo y de la nostalgia; Héctor Sánchez, en Los inquilinos, nos muestra el deterioro de los inquilinatos, el surrealismo, la miseria y el abandono; Oscar Collazos nos narra la vida de la prostitución, producto de la violencia, en Jueves, viernes y sábado y este sagrado respeto; Ramón Illan Bacca reflexiona acerca de la violencia contra jueces, el mundo del contrabando, la droga y la muerte, en Marihuana para Goering, al igual que la intervención extranjera; Benhur Sánchez recrea el proceso de industrialización del país, la explotación de la técnica y la injerencia norteamericana en su relato de añoranza Hasta mañana, tío; Roberto Burgos fabula la historia de la explotación y la violencia de los reinados de belleza, la utilización de la mujer, en Era una vez una reina que tenía; el mar, una historia de marinos y muerte en la venganza, es igualmente fabulada por José Luis Garcés, en Una noche alta y el titilar de las estrellas; los conflictos urbanos y psicológicos, con referencias culturales, se hallan en Jorge Eliécer Pardo, en El amante de Sara, al igual que en Hubo una vez la noche, de Carlos Orlando Pardo; el erotismo se entremezcla con la literatura en el cuento de Milciádes Arévalo, Fuegos de luna; la nostalgia del pueblo y el pasado se encuentra en la narración Para decirle adiós a mamá, de Darío Ruiz Gómez; una historia de adolescentes con amor y frustración, en el cuento de Fanny Buitrago, Tiquete a la pasión, la cotidianidad y el deterioro en De una a dos en el bar, de Sonia Truque; la muerte también ronda en Destinos fatales de Andrés Caicedo, como en la recreación de un tema del cine y la literatura, en Evelio José Rosero, en Muerte y meditaciones de un hombre-lobo que se enamoró de su víctima; de la misma forma el ambiente de los cuentos y fábulas se halla en la historia de La silla que perdió una pata, de Triunfo Arciniegas; La neurosis de Dios, de Juan Carlos Moyano, divaga en la violencia y la filosofía al igual que en Las alas del sombrero de Jaime Echeverri; El verano de Helena Araújo, y Los abandonos, de Rodrigo Parra Sandoval, hacen referencia a la cultura univeral, en una recreación de nostalgia y amor; con esta misma significación podemos leer el cuento de Pedro Gómez Valderrama, Las músicas del diablo.
Otros autores
El imposible, en un libro, incluir todos y cada uno de los autores cuya importancia es innegable, por ello registrar sus nombres es de impositiva obligación
Manuel Zapata Oliveia,
José Ramón Mercado,
Jairo Mercado,
Humberto Rodríguez Espinosa,
Humberto Tafur,
Armando Romero,
Luís Fayad,
Umberto Valverde,
Marco Aguilera,
Gustavo Álvarez,
David Sánchez Juliao,
Leopoldo Berdella,
Jaime Manrique Ardilla,
Fernando Cruz,
German Espinosa,
Plinio Apuleyo Mendoza,
Alonso Aristizábal,
Antonia Mora Vélez,
Julián Sema Arango,
Joaquín Peña,
Carmen Cecilia Suárez,
Harold Kremer,
Cesar Pérez,
Manuel Giraldo Magil,
Carlos Perozzo,
Celso Román,
Hernán Toro,
Germán Cuervo,
Ignacio Ramírez,
Gustavo Reyes,
Jorge Gomes,
Hugo Niño,
Nelson González Ortega,
Camilo Pérez,
Mateo Cardona,
Alba Lucía Ángel,
Carlos Bastidas,
José Chalarca,
Luís Ernesto Lasso,
H:
ugo Ruiz,
Eduardo Santa,
Fernando Soto Aparicio,
Nicolás Suescún,
Guillermo Tedio,
Oscar Castro,
Consuelo Triviño.