sábado

ENRIQUE ESTRÁZULAS - Los ahogados

LOS AHOGADOS

Él venía del mar.
Silenciosamente amarró la goleta a una piedra del puerto, miró hacia el pueblo con ladridos y velas, levantó el ala del sombrero que fue a la nuca como pensando en otra cosa, en algo que poco tenía que ver con nada, ni siquiera con sus pasos que empezaban a conocer la aldea.

Los perros lo atacaron, ladraron hasta el hastío y después le imitaron esa especie de aburrimiento, siguiéndolo de cerca, tan sin ganas. Mi madre descorrió para ver la cortina granate, sucia de moscas. Desde allí lo miró todo el tiempo; lo miró desde antes, desde que la goleta era una cigüeña en el horizonte barcino.

El hombre bordeó las casas con la luna rojiza montada en un hombro. Seguramente se entristeció con el campanario de la Iglesia raquítica, que daba sones de oración, ya fuera de hora.

Y entró a la cantina, siempre así. Todos lo miraron beber el aguardiente, litúrgico y sin habla. También lo vieron dormir. Lo vieron por las ranuras de la casa de cañas, entre cajones, sobre un cuero de oveja. Dicen que desde el muelle subía un viento de enero, aplacado por las enredaderas. Mi madre también lo vio; lo vio dos noches. A la tercera noche durmió con mi madre.

Le regaló un mantel de ñanduty, una estrella de mar, un collar con oídos de ballena. Cuando se quiso ir, mi madre lo siguió, lo vio soltar amarras, lo vio volver del mar para llevársela. Todo el mundo miró la inocente goleta, perdiéndose hasta ser el cuello de una garza. Y mi madre no volvió a ver el pueblo.

Él la dejó en la playa, más al sur, muy cerca de un fortín donde no había nadie. Ella caminó mucho, ya conmigo, cansándose al llegar a un círculo de ranchos. Entonces fui que nací yo.

Mi madre me besó en el arroyo de las lavandera, cuando dí el primer grito. Después vadeamos médanos en una carreta hasta llegar aquí. Y yo también me fui de aquí, atraído por el ruido del mar, el mismo que me había dejado un día, todavía sin nacer, en una orilla anónima. Me embarqué remontando el Gulf Stream en un navío de tres palos. Anduve por las islas y las costas del Africa, robé una sirena en Marsella ahorcando a un griego en el fumadero de recova. Y después la dejé, con el retoño de mi desdicha. Me volví al sur, hecho un canalla. Abrí un prostíbulo de margaritas y rosas, de hortensias y lilas al que llamé Las Flores en una puerta lóbrega del bajo Maldonado.

Detrás de la puerta está mi madre, sentada en un claroscuro, tejiendo siempre. También tejía en Marsella la sirena olvidada, para un hijo marino que seguramente ya me busca en el mar, que tal vez se ha vengado violando a una muchacha en un dique, en el fondo de una sentina. Y así continuará mi herencia infame.

Eso dice mamá, que ahora es partera, y teje sin cesar para los imposibles hijos de Las Flores.



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Este cuento fue publicado en la Antología de Literaturas Ibéricas y latinomaericanas contemporáneas, leído en el coloquio del cuento latinoamericano (ver Blog - click aquí).

Varios cuentos de Enrique Estrázulas han sido antologados en diferentes antologías, (Ver BLOG/Antologías).
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