Al amanecer, el llamado del cuerno anunció, desde la montaña, que era la hora de los arcos y las cerbatanas.
Cayó la noche sobre el valle. De la aldea no quedaba nada más que humo, cenizas y cadáveres.
Un hombre pudo tumbarse, inmóvil, entre los muertos. Untó su cuerpo con sangre y esperó. Fue el único sobreviviente de los palawiyang*.
Cuando los enemigos se retiraron, ese hombre se levantó. Contempló su mundo arrasado. Caminó por entre la gente que había compartido con él el hambre y la comida. Buscó en vano alguna persona o cosa que no hubiese sido aniquilada. Ese espantoso silencio lo aturdía. Lo mareaba el olor del incendio y la sangre.
Sintió asco de estar vivo y volvió a echarse entre los suyos.
Con las primeras luces, llegaron los buitres. En ese hombre sólo había niebla y ganas de dormir y dejarse devorar.
Pero la hija del cóndor se abrió entre los pajarracos que volaban en círculos. Batió recia las alas y se lanzó en picada.
Él se agarró de sus patas y la hija del cóndor lo llevó lejos
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* Palawiyang - Nombre de una tribu (tal vez Paravilhana en los relatos portugueses de la conquista), habitantes del alto Maiari (Estado de Roraima) en Brasil (KG)
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Para ver Video de Eduardo Galeano en la conferencia del Primero Foro Social Mundial en la ciudad de Porto Alegre (VER - Click aquí)
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