miércoles

MAROSA DI GIORGIO (1932-2005)




XXX

Nos avisaron antes de que firmásemos el contrato; pero, era una tierra tan hermosa, tan plena de acelgas y de rosas. Además, ellos disimularon por varios días. Hasta que un día de pronto, aparecieron los ángeles; se abrían en abanico delante del arado de mi madre; alguno quedaba como una rosanieve, fija, en la oreja del caballo. Todo el día iban de aquí para allá , como árboles errantes, transparentes, cruzaban las habitaciones, se les veía arder la cara de cera, los ojos azules, el cabello largo, de lino o de tabaco; por cualquier lado nos hallábamos una de sus perlas; ardían dentro del espejo, de la cama, de la mesa, como un ramo de pimpollos.Por la noche , entraban a robarnos la miel, el azúcar, las manzanas. Y al alba ya estaban sentados en la puerta cuchicheando en su suave idioma del que nunca entendimos una palabra.Ponían unos huevos rosados, pequeños y brillantes, que parecían de mármol, que se abrían enseguida y dejaban salir nuevas bandadas de ángeles.

A veces, mi madre creía saludar a una vecina; pero, a la otra, de pronto, le empezaba a arder la frente, una rosa extraña en la cintura.

Así, no pudo soportarlo más y vendió la huerta. Cuando nos íbamos
para siempre, yo logré llevarme un ángel -pequeño- bajo el manto.
Pero, en mitad de camino, mamá se dio cuenta y lo ahuyentó.

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