Conocí a Mario Benedetti integrando la Mesa de Escritores del Frente Amplio en 1971,
y me acuerdo que un día iba a bajar de un ómnibus frente al Palacio Salvo y alguien que estaba parado en el pasillo me tocó suavemente la nuca desde atrás y sonrió.
Era él. Un hombre-mito ya idolatrado saludando a un botija con un cariño sin tiempo, para hablarlo en Paco Espínola.
Yo lo había leído apasionadamente en mi primera adolescencia y ahora ya había pasado a ser un onettiano de capilla, aunque siempre me ayudó aquella lección oficinesca de usar sin miedo un lenguaje popular considerado indecente o vulgar por el maldito academicismo.
Y fue gracias a ese fuego que para mí, como escritor, nunca existieron las buenas o las malas palabras. El estrellerío literario está formado por símbolos que brillan sin rigidez de semáforos sociales.
En 1985 Joan Manuel Serrat presentó en el Estadio Centenario El sur también existe y era casi imposible entrevistarlo, pero una señora recién desexiliada me ayudó a versear a un cuidapuertas y mientras escuchaba ensayar al catalán en la mitad de la cancha con un grabadorcito abajo del brazo vi unos bigotes que en el 73 no eran grises y Mario debe haber visto una calva y una barba que doce atrás años no existían y levantó los brazos ipso facto.
Entonces corrimos los dos a abrazarnos entre el sol horizontal, a pesar de que nunca habíamos sido profundamente amigos.
Ahora a él le llegó otro abrazo que voy a definir con dos versos que Juan Carlos Macedo esculpió sobre la piedra: Porque sólo la muerte construye / la espesura del amor.
Los que importan son los gestos que nos iluminan a corazón abierto.
y me acuerdo que un día iba a bajar de un ómnibus frente al Palacio Salvo y alguien que estaba parado en el pasillo me tocó suavemente la nuca desde atrás y sonrió.
Era él. Un hombre-mito ya idolatrado saludando a un botija con un cariño sin tiempo, para hablarlo en Paco Espínola.
Yo lo había leído apasionadamente en mi primera adolescencia y ahora ya había pasado a ser un onettiano de capilla, aunque siempre me ayudó aquella lección oficinesca de usar sin miedo un lenguaje popular considerado indecente o vulgar por el maldito academicismo.
Y fue gracias a ese fuego que para mí, como escritor, nunca existieron las buenas o las malas palabras. El estrellerío literario está formado por símbolos que brillan sin rigidez de semáforos sociales.
En 1985 Joan Manuel Serrat presentó en el Estadio Centenario El sur también existe y era casi imposible entrevistarlo, pero una señora recién desexiliada me ayudó a versear a un cuidapuertas y mientras escuchaba ensayar al catalán en la mitad de la cancha con un grabadorcito abajo del brazo vi unos bigotes que en el 73 no eran grises y Mario debe haber visto una calva y una barba que doce atrás años no existían y levantó los brazos ipso facto.
Entonces corrimos los dos a abrazarnos entre el sol horizontal, a pesar de que nunca habíamos sido profundamente amigos.
Ahora a él le llegó otro abrazo que voy a definir con dos versos que Juan Carlos Macedo esculpió sobre la piedra: Porque sólo la muerte construye / la espesura del amor.
Los que importan son los gestos que nos iluminan a corazón abierto.
H.G.V.
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