miércoles

EDNODIO QUINTERO (Venezuela)


EL NAUFRAGO
Los barcos navegaban muy lejos de la isla: sus siluetas oscuras se reducían a puntos diminutos en el horizonte. Sin embargo, el náufrago, que llevaba muchos años en la isla desierta, alimentaba la esperanza de que un golpe de suerte cambiaría un día su destino.
Imaginaba un barco imposible anclado en la bahía. Y se veía a sí
mismo nadando en su dirección a la nave, braceando desesperadamente sin aguardar el bote de rescate.
Al amanecer de un día cualquiera, arrastradas por el oleaje comienzan a llegar botellas, frascos, ánforas, garafas y toda suerte de vasijas flotantes que contienen mensajes suplicantes de otros náufragos. Y la isla se expande en todas direcciones ante aquella interminable avalancha de mensajes. Crece de tal manera que al atardecer ya se ha convertido en un inmenso continente.
Encaramado en la roca más alta, el náufrago contempla la vastedad de sus dominios. Sonríe con amargura y lanza un feroz alarido que resume su infinita soledad.

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